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11 Abril, 2020

José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba

José Martí nace en Cuba el 28 de enero de 1853, fruto del matrimonio español del valenciano Don Mariano Martí y de la canaria Dña. Leonor Pérez. Vio por primera vez la luz del mundo en la casa No. 102 de la calle De Paula, ciudad de La Habana y 15 días después, el 12 de febrero, fue cristianizado en la iglesia de Santo Ángel de Custodio de la misma demarcación. ¡Y qué prodigio humano era el que nacía!; puede considerarse algo más que un puente enviado por la Providencia Divina para concentrar esfuerzos y voluntades: le nacía a Cuba el que había de ser la figura del apóstol más grande de su siglo, no solo de ella, sino del vasto mundo americano, y esa genial figura fue el instrumento que puso término glorioso al coloniaje español, junto a la figura inmensa del gran Simón Bolívar.
 
Este joven tuvo la intuición de su papel histórico y de su deber desde sus albores infantiles, según afirman buena parte de los biógrafos que han escrito acerca de su legado patriótico y cultural, entre los que podemos citar a Abarzabal, en el prólogo del libro Martí, de Andrés de Piedra Bueno, publicado en 1939.
 
El genio de Martí vino al mundo con un sello indeleble marcado desde Lo Alto: el de poeta, que por ser un predestinado, encontró a un gran maestro, también poeta, haciendo realidad el dicho de que "Dios los cría y ellos se juntan". Se trata de Rafael María de Mendive, quien vio al muchacho, reconoció su gran potencial, le captó la chispa genial y le encendió la llama. En el Instituto de La Habana, como alumno compartió con un fiel condiscípulo, Fermín Valdez Domínguez, con el que trabó una gran amistad y que, más adelante, llegó a desempeñar un importante papel en su destino.
 
Siendo Martí muy joven, su maestro fue hecho prisionero por la libertad de sus ideas, lo cual le indignó e hizo pública su denuncia. Haciendo un paralelismo, en Mendive se apreciaba al Bautista que anunciaba al nuevo Cristo: José Martí, que iniciaba su calvario en la lucha por la libertad americana.
 
Como ya hemos evidenciado, en Martí surgió a flor de piel las cualidades innatas del poeta. Su primera inspiración surgió aun siendo niño, y fueron unos versos dedicados a su madre: La maternidad debía ser el tema de vanguardia. La segunda manifestación de su vocación poética, escrita saliendo de la niñez y camino a la adolescencia, correspondió a otra deidad maternal, a otro objetivo delicado en su temática divina y patriótica: Cuba. Esos dos poemas representaron su entrada a la adolescencia en lo concerniente a lo físico, y en el apostolado, con relación a lo moral. Empezó así, en él, como poeta, el heraldo que anunció una vida futura tan intensa, tan dramática y llena de heroicidad.
 
Los hombres vacíos, más que de conocimiento, de espiritualidad, empezaron por no creer en quien se iniciaba como un ángel, cuando supieron que traía una misión de tanto bulto y de responsabilidad. En su mentalidad no podían comprender cómo se puede abrazar una causa de liberación humana oponiéndose El Oro de una Lira al hierro de las bayonetas, el amor que canta al desamor que ruge y que atropella.
 
Los objetivos de aquel semejante a Cristo en promesa fueron tres: Cuba, América y la Humanidad, lo que fue considerado como un retoño del árbol de Dios, aparecido en Cuba. Eso era el muchacho con trazas de hombre que recibía en la prisión de las canteras de San Lázaro, con llagas de grilletes, el espaldarazo del destino.
 
El poema dramático "Abdala", publicado en el periódico Patria Libre, creado por Martí el 14 de marzo de 1892, luego apuntó la rebeldía en una carta que él y Valdez Domínguez suscribieron, llena de reflexiones a otro imberbe mozo como ellos, la cual fue atrapada por las autoridades de manera casual en un registro hecho en la casa del destinatario. De aquí en adelante, se escribió la primera página del drama que se inició con su presidio en las Canteras de San Lorenzo y terminó con su caída trágica en Dos Ríos.